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PANTRISTE SE PONE EN CURDA EN SAN PATRICIO Y AMANECE EN UN CHIQUERO DE CLAYPOLE

Pantriste se cenó un choripán, cambió su habitual ropaje rojo por prendas verdes, se ajustó su sombrerito plástico y salió a festejar San Patricio. A llegar, el destino lo reúne con Trapito, ilustre borracho, y juntos se lanzaron a una desenfrenada competencia para ver quien bebía más.

Inexperto en el arte de beber, los primeros tragos no le sentaron del todo bien a Pantriste. Al cabo de media hora se vio obligado a desaguar su magra cena, plantando un árbol de chorizo en los lindes de plaza San Martín.

Entonado tras unas jarras de bebida fermentada, el pequeño Pantriste se envalentonó y probó todo tipo de licores y brebajes. Al promediar la noche, el pelele estaba mamado hasta la médula. Olvidando a su compañero de alcoholemia, abandonó a Trapito en estado comatoso con la cabeza en un charco, y se abrió paso a los codazos para entrar a un comercio dispensador de bebestibles.

Rematadamente ajeno a cuanto sucedía a su alrededor, el jovial borrachín se dispuso a bailar sobre las mesas el vals de El Lago de los Cisnes, ante la mirada iracunda de los propietarios del establecimiento. En medio del vergonzoso y vituperable espectáculo, Pantriste, quizá siguiendo el llamado de invisibles duendes irlandeses, decidió salir apresuradamente de la escena. Los parroquianos lo avistaron corriendo desaforadamente por Córdoba hacia el oeste.

Extenuado por el esfuerzo físico y todavía desorientado por efecto del  alcohol, este desventurado payasote entró tambaleándose a una cantina del Partido de Morón. Achispado, emprende a bofetadas contra un gordinflón que estaba comiéndose una picada de quesos, confundiéndolo con un amigo de la infancia. El agredido era nada menos que Máximo Zurita, alias el Gordo Cadenas, que tomando a Pantriste del pescuezo lo dejó plantado de cabeza en un baldío cercano, con los cantos para arriba y una gaita como adorno.

Muchas desventuras más vivió el pobre Pantriste,  pero la bebida hizo que olvidara la mayor parte de aquellos alegres y alcohólicos momentos. Sin saber cómo, a la mañañana siguiente el monigote se despierta en un chiquero de Claypole abrazado a un cariñoso cochinito, el mismo degenerado que hace los anuncios de El Libretón y detrás de cámara se apoyaba a Julián Weich.